miércoles, 29 de abril de 2009

Estética

Podríamos concluir que el ideal de la estética estaría situado en el territorio ambiguo de la definición de lo que es para el ser humano la percepción de la belleza (suponiendo que una de las cualidades atribuibles a los objetos artísticos sea la belleza y que esta sea necesaria para considerar al arte como tal, y suponiendo también que una de las necesidades de las manifestaciones estéticas, esto es artísticas, sea la existencia de un objeto u obra concreta a la que atribuir esas necesidades y no solo la intención o la idea presumiblemente trazada con anterioridad por el artista en cuestión). Aún así en esta época ecléctica casi carente de normas, o absolutamente plagada de ellas lo que tal vez la hace aún más intransitable y confusa, el fenómeno de la percepción parece inevitablemente ligado al individuo y por ello su consideración se nos antoja muchas veces tan personal y subjetiva como, consecuentemente, indiscutible y variable.

Supongo que sicológicamente es así, que cada cual percibe a su modo y que, con independencia de su percepción, cada uno valora de distinta forma esos estímulos. Pero creo que tanto para lo primero (la percepción) como para lo segundo (el juicio) son ineludibles los diferentes condicionantes que hacen que un mismo objeto se nos muestre de formas variadas y/o que una misma acción moral nos parezca ajustada o no al bien común. No percibimos de la misma manera porque nuestros sentidos se han ido desarrollando de diferente forma y también porque en su origen, nuestros primeros segundos de vida, tampoco partíamos del mismo punto de partida. Nuestra formación ha sido variable y nuestra educación también con lo que las capacidades actuales para sentir, valorar y apreciar determinados estímulos (estéticos) puede ser muy diferente a la de nuestros conciudadanos (aspecto sociológico) y no digamos nada de lo distinta que probablemente será de los seres humanos nacidos en las ignotas selvas del Amazonas (por situar el discurso en un territorio más o menos antípoda). Pero ¿era realmente necesaria esa formación?¿Creéis que ha sido decisiva a la hora de decantarnos por la esteticidad de algunos productos artísticos o nuestro juicio sería el mismo sin determinada formación previa?. Dicho de otra manera o en palabras más concretas: ¿Cómo ha influido esa formación en nuestra manera de entender el concepto de belleza (o de arte)?¿Cómo percibimos los diferentes estímulos de las diversas artes (literatura, música, pintura, escultura, cine, danza…)?¿Qué es lo que nos ayuda a afirmar que son verdaderas obras de arte?

Estas son las pautas para nuestra reflexión. Sería conveniente que os detuvieseis a pensar en vuestro concepto de “arte”, en primer lugar. Después, en cómo habéis educado a nuestros sentidos para percibir los estímulos concretos y cómo esa educación ha contribuido a vuestro juicio y disfrute. Pensad, por ejemplo, en vuestra educación musical: se supone que sois entendidos y que habéis tenido la oportunidad de apreciar, por ejemplo, la música clásica precisamente porque la habéis escuchado, tal vez estudiado, analizado e interpretado…desde niños. Dando por hecho que no es uno de los géneros musicales -no sé si empleo el término adecuado- “preferidos” por el gran público ¿creéis que hay un componente importante de desconocimiento (traducido: mala educación) en aquellas personas que no la valoran o que, aunque la otorguen cierto valor, no la disfrutan? ¿Sería definitiva, para la percepción de ese arte, la formación previa? Y ahora, ampliad el radio de acción/reflexión a todas las artes, las visuales fundamentalmente: ¿qué tipo de formación sería necesaria para percibir de manera más adecuada los diferentes estímulos que se nos dice son obras de arte y que tal vez no entendemos como tales?

Terminamos con un enlace:

http://www.youtube.com/watch?v=uEAq4c5h2Vw

Hace unos días descubrí que la voz de Carlos Gardel había sido catalogada (creo recordar que en 2003) como bien de interés cultural por la UNESCO. No es una noticia nueva relacionada con la música: en torno a ese año se propuso para el Nobel de Literatura a Bob Dylan…
Aprovechad la tarde con una buena música “de fondo” (probablemente sea criticable esta recomendación, al menos desde el mismo punto de vista del aprecio y disfrute que vengo defendiendo desde este blog, excusadme) y enviadme vuestras reflexiones sobre estas preguntas.

Nos vemos el 6 a las 16.00 en el MNCARS (bajo la techumbre de la ampliación)

miércoles, 15 de abril de 2009

Sociología del Arte: preparando una visita al MNCARS (I)

Uno de los artistas plásticos más influyentes en el arte del siglo XX, sobre todo en el campo de la escultura, es Julio González. Lo es por ser pionero en la incorporación de nuevos materiales, de nuevas técnicas. Lo es por la temática y la intención social de algunas de ellas. Lo es por el cultivo de la forma semi-abstracta. Y todo, sin duda, de manera muy poco consciente.
Poco consciente, por una parte, por su propia biografía: aunque procedía de un ambiente artesanal relacionado con la forja de objetos decorativos en metales blandos, enfocó su interés personal fundamentalmente hacia la pintura y no fue sino casi a los cincuenta años cuando orientó sus afanes hacia la escultura. Sus comienzos dibujísticos y pictóricos se aproximan a los intentos precubistas de la época. De esa geometrización, probablemente, nació después gran parte del mérito en la consecución del plano escultórico. Trabó contacto con Picasso y el resto de artistas residentes por aquél entonces en París, probablemente les trasmitió más de lo que ellos le trasmitieron: les enseñó a soldar y les aportó también la novedad, apenas esbozada, que aportaba el vacío en la creación escultórica. Expuso algunas veces y, en un momento dado, el prestigioso artista americano David Smith le citó en un artículo memorable. Era el final de la segunda guerra mundial, González ya había fallecido y la escultura norteamericana, la británica y gran parte de la española comenzaba a descubrir un nuevo material que se convertiría en el gran protagonista del siglo XX: el hierro, que se aprendía a forjar en una industria, con una soldadura autógena que permitía también fabricar aviones, barcos, automóviles, bombas, puentes…

Un nuevo material, una nueva técnica.

El hierro, el material innoble, industrial, novedoso, directo, irremplazable, de sistema aditivo, irrumpía como el único que permitía una creación muy rápida en su ejecución, muy fresca y muy directa, de relativamente poco esfuerzo físico (sobre todo si se comparaba con el que suponía la talla de la piedra) y que, sobre todo, permitía considerar a la escultura como un “dibujo en el aire”, en el que las líneas o los volúmenes sólidos contrastaban con los vacíos en los que el aire, la sombra o el ojo del espectador (a veces un tercer ojo intuitivo e inconsciente) completaba las formas. La escultura, que originariamente surgió de la pared, que se había constituido como un volumen macizo en torno al cual el espectador giraba y daba vueltas (primero en cuatro de sus caras, después en todo su alrededor), aparecía ahora sin solidez, ligera (aunque pesara veinte toneladas). Lo que antes era una isla, -que más daba si era el aire o la mirada los que la rodeaban-, nos permitía atravesarla, como si de una caja pudiéramos abrir todas sus caras y transitarla por completo. El escultor no tenía que despojar a la roca de sucesivas capas para adquirir de ella una forma románticamente dormida en su interior. Tampoco tenía que preparar un vaciado y sacar copias de materiales nobles de un modelo de arcilla. El hierro permitía una pieza única y definitiva, que se conseguía por un procedimiento más propio del modelado (el sistema aditivo) y que aportaba una ligereza formal que contrastaba con la consistencia “real” de cada pieza.

Dibujar en el aire.

Si por algo se caracteriza la escultura contemporánea es por el absoluto abandono de un material o una técnica determinados y para qué hablar de su posible temática. Por supuesto que muy atrás ha quedado el hierro de David Smith como vanguardia. O el papel marché de la escultura post-hiperrealista de Mueck. O el cemento de los vaciados espaciales de Rachel Whiteread. Probablemente si hoy tuviésemos que dibujar en el aire no lo haríamos como Robert Smithson (o como Julio González) sino como nos muestran algunos de los videos que circulan por la red

http://www.videos-star.com/watch.php?video=HMpJ3JHJocY

http://www.youtube.com/watch?v=PH6xCT2aTSo

En cualquier caso, el papel del escultor del siglo XXI está tan difuminado que a veces se confunde con un escenógrafo cuando no con un arquitecto de interiores. Atrás, muy lejos, han quedado las problemáticas sobre el lleno o el vacío, sobre lo redondo o lo cuadrático, sobre las aristas o los vértices, sobre lo horizontal o lo vertical, sobre las peanas o los muros…

Tareas:

1ª Actividad:


Buscad imágenes escultóricas que respondan a las siguientes categorías, imprimirlas y traerlas a clase para su debate el próximo día (22 abril). Debes presentar al menos una pareja de imágenes por cada categoría:
.- Cuadrado/redondo (no me refiero estrictamente a la forma geométrica pura, sino a una imagen escultórica relacionada con esa idea)
.- Vertical/horizontal
.- La peana y el muro
.- En busca del pedestal perdido

2ª Actividad:


Buscad igualmente imágenes de Julio González (no hace falta imprimirlas)
Comenta los videos y relaciona sus obras con las de Julio González


Para hacerse una idea de la escultura moderna

http://www.mchampetier.com/arte-movimiento-ESCULTURA_MODERNA.html